NOTA PREVIA: Este relato es una reflexión sobre la mala actitud de la gente en general ante la pandemia, sin importar la edad que tengan. Para ello el autor pretende reflejar la valentía de la gente y las condiciones en que se logró derrotar al terrorífico enemigo al que se enfrentaron entre 1939 y 1945, la guerra, frente a la pésima actitud de algunas personas respecto a la actual crisis sanitaria de 2020. El autor no trata de criminalizar a nadie por su edad, sino el mal comportamiento irresponsable de quienes, en general, no actúan de acuerdo a la situación.
Sin duda, el fracaso que más se repite desde los orígenes de la Humanidad son las numerosas guerras que se han librado y que siempre causan multitud de muertos. Todas las contiendas son innecesarias y atroces, y ninguna persona debería terminar sus días en luchas absurdas y sin sentido en las que se pierden vidas, en algunos casos millones de vidas. Las guerras tienen ciertas similitudes con las epidemias y pandemias. En mi opinión, en ambos casos la gente muere si no existe una adecuada protección y defensa o por arriesgar sin una adecuada planificación o estrategia frente al ataque enemigo o frente a la invasión de un virus como el que nos acorrala ahora. Sea como sea, si hay una guerra que se caracteriza por el número de muertos es la Segunda Guerra Mundial. Una gran guerra que nació del fanatismo más cruel, que se fue propagando como un virus letal contaminando a las personas, y que se consiguió derrotar a costa de un altísimo precio en vidas humanas tras años de lucha.
Según los cálculos más optimistas, en la II Guerra Mundial el número de muertos ascendió a más de 50 millones de personas, entre combatientes y personal civil. De esa abultada cifra de muertos, los combatientes que perdieron la vida eran en su inmensa mayoría jóvenes veinteañeros que se alistaron en los ejércitos, o fueron obligados a ello, para luchar contra otros jóvenes reclutados de igual modo en los ejércitos enemigos. En todas las guerras se repite la misma historia y sobre estos chavales y las chavalas recae siempre la parte más dura de la batalla; luchar, atacar, defenderse…morir. Chicos y chicas que acaban de dejar la adolescencia y se ven abocados a una madurez llena de calamidades, miseria y mucha violencia, una juventud muy distinta a la ellos desearían y a la que se disfruta en tiempos de paz .

«Casi siempre se reconoce al “soldado”, al luchador, pero casi nunca la juventud de este.»
Lo natural para toda la gente que vivió aquella guerra hubiera sido disfrutar de la vida en paz y no en guerra; comerse el mundo, viajar, divertirse y conocer lugares lejanos, no para entrar en batalla y verlos destruidos. Relacionarse con otras personas en lugar de sentir temor u odio. Experimentar el amor en lugar de sufrir abusos y, porqué no, hacer también ciertas locuras de juventud en vez de terminar enfermando de locura. La juventud es también una etapa de la vida de preparación y estudio para labrarse un futuro o para encontrar trabajo, no para arruinar a los demás o resultar arruinado. Salvo excepciones, cualquier joven no tiene entre sus planes ir a luchar a ninguna guerra.
Esta introducción sobre los conflictos bélicos y la juventud viene a cuento por el comportamiento y la actitud que se está observando en muchas personas hoy día, en pleno siglo XXI, con respecto a la pandemia del virus SARS-COV-2 (coronavirus). Afortunadamente una inmensa mayoría de personas respetan las normas y los protocolos para luchar en la pandemia, y se trata de una minoría los que muestran comportamientos perjudiciales para su propia salud y la de otras personas que pueden resultar contagiadas por esos irresponsables.
Actualmente siguen existiendo Fuerzas Armadas en la inmensa mayoría de los países. Sin embargo, a pesar de disponer de contingentes de tropas, material e inteligencia militar, nadie predijo ni se preparó para luchar y defender a la población de una pandemia global. Un peligroso virus que puede ser letal para los humanos si no se toman las medidas adecuadas para evitar su contagio y enfermar. Un enemigo diminuto y silencioso, común a todos los países, contra el que no valen las armas ni los ejércitos, y que crece y se expande también a medida de nuestra propia irresponsabilidad.
Todo el mundo sabe, o debe saber, que la única defensa que tenemos contra este temible enemigo que no entiende fronteras, razas, idiomas o creencias, es el cumplimiento de unas sencillas normas de precaución, higiene, protección de nuestras vías respiratorias con mascarillas y la distancia necesaria entre personas. Así tendrá que ser nuestra vida hasta que la ciencia ponga a nuestra disposición el arma definitiva que neutralice los terribles efectos del virus.
Llevamos varios meses padeciendo esta pandemia en los que las autoridades de todo el mundo, han enfrentado este problema invirtiendo ingentes cantidades de dinero y recursos, con mayor o menor acierto y eficacia. Nuestros gobernantes también se han rodeado de personas de reconocida preparación en la materia para ser asesorados adecuadamente y poder gestionar esta crisis lo mejor posible, también con discutible eficacia en algunas ocasiones. Sin embargo, en todo este tiempo de saturación sanitaria y hospitalaria, de duros confinamientos domiciliarios o territoriales, con las economías cayendo en picado, así como nuestro bienestar, con millones de enfermos y cientos de miles de fallecidos, entristece mucho comprobar que casi a diario hay personas de toda edad y condición que son incapaces de ser responsables en esta lucha, en esta «guerra», que nos afecta a todos por igual.
Hace unos meses, poco después de salir del confinamiento domiciliario, tuve la ocasión de pasear con un joven de 23 años. Mientras caminábamos hablábamos de lo que estaba sucediendo, de la pandemia, y de cómo le afectaba a él y a la juventud en general. De aquella conversación con ese chico, me quedó grabada una observación que hizo y que me llamó poderosamente la atención al decir que la suya es una generación perdida, o al menos condenada, por culpa del dichoso coronavirus que obliga a tener todo cerrado y a la juventud confinada. Afirmaba con pesar que es casi imposible entablar amistades, conocerse entre chicos y chicas, viajar, estudiar y trabajar con tranquilidad. En definitiva, que no era justo ver escapar la juventud sin disfrutarla.
¡¡Claro que este joven tiene toda la razón!! Es más, las personas de mi generación, a la que pertenecen sus progenitores, la que ha tenido ocasión de disfrutar de la juventud y la vida plenamente, hemos proporcionado a nuestros hijos e hijas todo lo que tienen a su alcance, que no es poco. Desde la cuna les hemos ido facilitando todo lo necesario sin sospechar que un maldito virus pondría en jaque su presente y puede que su futuro. Este chaval tiene derecho a quejarse y no le falta razón, porque la juventud sólo se vive una vez. Se están formando y preparando para el futuro y nos sustituirán más adelante con un valor añadido del que carecimos la generación precedente, y no digamos ya de las anteriores o de quienes vivieron épocas pasadas. La inmensa mayoría de los jóvenes de ahora han crecido en la abundancia y pegados a las pantallas de sus propios teléfonos móviles, tablets y ordenadores. Se puede decir que son la primera generación de la humanidad en disponer de todo el poder de la información y la comunicación a su inmediata disposición, y llevarla con ellos a todas partes desde pequeños en sus dispositivos.
A diferencia de otras épocas, hoy día la inmensa mayoría de las personas tenemos la posibilidad de consultar instantaneamente todo tipo de información referente a la pandemia: Su evolución, incidencia, afectados, muertes, investigaciones en el desarrollo de vacunas, etc., así como todo lo referente a medidas de contención de la pandemia y del virus promovidos y dictados por las autoridades, incluidos métodos y protocolos de protección personal para evitar contagios en nuestro día a día y enfermar. A diferencia de las posibilidades de hoy día, en los años de la II Guerra Mundial la gente contaba con mucha menos información. Los medios de comunicación eran escasos y la comunicación se limitaba a la radio, la prensa escrita y la correspondencia postal que podía tardar días o semanas en llegar a su destino. Tampoco la mentalidad era como ahora y eran frecuentes ciertas normas, algunas de ellas muy extrictas, creencias y tabúes que ahora nos parecen absurdos. Tampoco la Ciencia estaba muy desarrolada y esta estaba en un alto porcentaje al servicio de la guerra para desarrollar armamento con el que seguir luchando o para terminar con la guerra, como ocurrió con las dos bombas lanzadas sobre dos ciudades japonesas.

A diferencia de aquellos valientes, muchos jóvenes hoy día tienen por bandera el egoísmo y su propio ombligo, sin importarles en absoluto las consecuencias que sus actos pueden tener en ellos mismos y en otras personas a su alrededor.
El ejemplo de aquellos valerosos chicos que lucharon en unas condiciones terribles, aquellas gentes que soportaron todo tipo de calamidades en los en aquella sangrienta guerra, debería ser inspirador para las generaciones actuales y venideras. Incluso se puede comparar la actitud de aquellos para conseguir vencer a un peligroso enemigo hace décadas, y el comportamiento actual para enfrentarnos a la pandemia. Entre unos y otros no hay tanta diferencia si nos fijamos que en ambas épocas la gente tiene las mismas ganas de vivir, de viajar, de divertirse, de amar…. Los que pelearon entonces en tan horrendas condiciones lo hicieron por la vida, la propia y la ajena, y por su bandera, y lograron la victoria. Se sabe que muchas personas tuvieron que estar ocultas en un forzoso confinamiento por el peligro mortal que suponía salir de sus míseros escondites carentes de lo más básico. A diferencia de aquellas gentes valientes, muchas personas de hoy día, sabiendo sobradamente del peligro que representa exponerse al virus, exhiben por bandera el egoísmo y la insolidaridad, sin importarles en absoluto las consecuencias que sus egoístas actos pueden tener en ellos mismos y en otras personas.
Hace décadas, los soldados y la gente que vivieron aquel brutal enfrentamiento tenían poco con qué protegerse, con qué informarse o incluso con qué alimentarse. En la actualidad parece que muchos de la generación 2.0, que sólo conocen la sociedad del bienestar que ofrece seguridad, confort y comodidad, a lo único a que tienen respeto es a su propio ego, despreciando la valiosa información que tienen a su alcance, en sus bolsillos. Los hay incluso que niegan la evidencia porque no creen siquiera en la dramática mortalidad del Covid y tratan incluso de influir en otros con sus teorías erróneas y peligrosas. Con esas actitudes permiten ser contagiados por el virus en un peligroso rato de amigos, unos tragos o unos bailes sin distancia. ¿Se creerán que sólo las balas y las bombas matan?. Lo peor de todo es que, además de despreciar su propia salud, ponen en serio peligro la de sus familiares y seres queridos a los que pueden contagiar haciéndo que enfermen o, peor aún, que fallezcan a causa de su irresponsabilidad. La juventud que está pidiendo paso ahora tiene la oportunidad de aprender una valiosa lección que sirva para el futuro y se está sirviendo, además, de valiosas herramientas y medios de comunicación globales que en otras épocas eran inexistentes.
Cuando la historia juzgue lo que ocurrió en este tormentoso presente que nos está tocando vivir, con nuestra particular pandemia, ojalá tenga en cuenta también los errores que se están cometiendo y la humanidad haya aprendido la lección.
Autor: Anónimo